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José Tomás, genial e inclasificable/ José Carlos Arévalo

 

Por José Carlos Arévalo

6Toros6 No. 795

El toreo es la suma expresión de la armonía de los contrarios. La conciliación del peligro y la gracia. De la violencia y la cadencia. De la pasión y la razón. De la suerte y la voluntad. Del caos y el orden.

La tauromaquia de José Tomás los conjuga con el valor callado del hombre tranquilo y la inspiración sencilla de un artista febril. Su naturalidad para llegar al sitio de la muerte y la suerte convierte el ruedo en abismo. Y su escondido mando carga el cite de premoniciones trágica se desliza la embestida hacia la felicidad estética de la suerte milagrosamente consumada. Contemplar la abrupta embestida del toro poco picado que sometido por medio de una suavísima incitación -esos leves, casi invisibles toques, esa colocación exacta, como no buscada, esa presentación del engaño imantada siempre a los ojos del toro- se adentra en el espacio inmenso, templado de la suerte, como si el animal entrara y se adormeciera en otro campo gravitatorio, llevan el toreo al irreal, incendiado territorio del éxtasis. Y es tan cierta esta forma tomasista de torear que, pase a pase, se pulen las aristas y el toro termina sometido a la ley de la cadencia impuesta por el diestro.

Pases completos, pero pases ligados, pases cuyo hilván no impide los tres tiempos de la suerte: cite, embroque y remate. Tres tiempos en los que la intriga, la emoción y la celebración nunca se suprimen por muy ligados que el maestro los dé. Y ahí radica la diferencia de este torero con los demás toreros: en que el muletazo completo no se diluye en la ligación, A eso lo llamo yo ligar a compás, unir las suertes sin que ninguna pierda la cuadratura. Y por eso, las dos e opciones del toreo, la dramática y l estética, se realimentan y acrecientan en cada pase.

¿En cada pase? ¿Y por qué no en el toreo de capa? ¿O es que no suceden en igual tesitura sus verónicas -de tan variado trazo- o sus chicuelinas, o sus gaoneras o en otros lances que ocasionalmente práctica?

Y finalmente, la genial paradoja: torear mucho toreando poco. Por eso le bastan más de veinte y menos de treinta corridas para ser siempre la primera figura del toreo.

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