VESTIGIOS
Cuando una corrida entera, como esta de Jódar y Ruchena, exhibe
mansedumbre en distinto grado, se niega a humillar por completo, evidencia
tanta falta de casta como de fuerzas, rehuye la pelea a medida que transcurre
la lidia y sólo en algunos pasajes y con intermitencia se aviene
a colaborar con los toreros, lo único que cabe esperar de éstos
es que muestren vestigios del momento por el que atraviesan; vestigios
que ofrecen índices del grado de ilusión (afición),
madurez profesional y rumbo al que encaminan sus carreras. Y eso es lo
que cabe hacer en esta crónica.
La terna de toreros tenía atractivo en su heterogénea variedad:
un veterano “resucitado” este año, como Aparicio; un
matador nobel, como Girón, y un recién desembarcado en el
escalafón superior, como Daniel Luque. Diestros todos de distinto
corte, mas con el denominador común de la necesidad de escalar
posiciones que eleven su cotización en la bolsa taurina.
Bajo lo que alcancé a vislumbrar de sus vestigios, Julio Aparicio
parece atravesar un buen momento de afición. Cuando los toros le
dejan confiarse –como el cuarto por el pitón derecho–
las suertes salen con un regusto y un temple que hace tiempo no se le
veía. Y en lo poco que se le entrevió con el capote, la
verónica vuelve a mecer elegancia y templanza en su trazo.
A César Girón le veía por vez primera como matador
de toros, y si hubiera que ordenar a los espadas actuantes por méritos,
lo alzaría sin duda al primer puesto. Hizo, a mi juicio, lo más
meritorio de la tarde con el lote más complicado. No es torero
de exquisiteces, porque todavía le falta mucho pulido a su toreo;
pero, en cambio, tiene valor sereno, no le perturban el ánimo las
coladas, sabe tirar de los toros y trata de torear despacio. Con el acero,
estuvo contundente y capaz en su primero y falto de fe en su segundo.
Pese a su escaso bagaje profesional, su actuación, unida a la del
15 de agosto en Sevilla, le hace merecedor de mayor atención en
los despachos.
Daniel Luque, el benjamín de la terna, tiene desparpajo, mece bien
el capote, pese a que compone en demasía la figura dando la impresión
de que torea más con el cuerpo que con los brazos, y evidencia
una cabeza clara que, a veces, se vuelve contraproducente, porque se le
nota más presto al recurso que a la verdad del “aquí
no me quito”. Su toreo tiene plástica y frescura, pero adolece
de falta de profundidad. Es muy nuevo y merece todo margen de confianza.
Habrá que ver como evoluciona.
Santi Ortiz
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