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Meteo: Tarde de cierto calor con sol rojo de otoño sobre
la arena. Un tercio de plaza pero buen ambiente taurino.
Salvador
Cortes con seis toros
Cuatro
toros de Gerardo Ortega de regular presencia y calidad. Solo el
quinto tuvo casta y cierta clase. Dos feos toros de Parladé
donde solo el primero dio algún juego.
Primer
toro: petición y ovación
Segundo : oreja
Tercero : ovación
Cuarto : ovación
Quinto : dos orejas
Sexto : una oreja
Salida a hombros por la Puerta del Príncipe
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Salvador Cortés
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HECHOS
Y APRECIACIONES - CRÓNICA DE SANTI ORTIZ
Hechos:
Cuando Salvador Cortés cruzaba el albero maestrante al
frente de todas las cuadrillas, los tendidos de la plaza cubrían
tan sólo un cuarto de su aforo.
En dos horas y cuarto despachó su encerrona.
Necesitó para ello dos pinchazos y seis estocadas.
Le cortó una oreja al primer remiendo de Parladé,
dos a Clavellino, quinto de la tarde, y una cuarta al último,
que le posibilitaba la salida a hombros por la Puerta del Príncipe.
Hasta aquí, en síntesis, los hechos escuetos y cuantificables
que ocurrieron el Día del Pilar en La Maestranza; hechos
irrefutables que requieren ser matizados por las siguientes apreciaciones.
Apreciaciones:
El escaso público que se dio cita para ver al torero de
Mairena del Aljarafe se dividía entre incondicionales y
amigos del diestro, amén de algún que otro cenizo.
La inmensa mayoría, pues, había acudido para apoyar
a Salvador y aportar su granito de arena –a la postre decisivo–
a fin de que éste no fracasara en tan arriscado compromiso.
Antes de que saliera el quinto, las cosas pintaban mal para Cortés.
Una oreja de poco peso en cuatro toros arrojaba un pobre balance
que venía a confirmar el delicado momento del torero y
una sensación que dejé reflejada en una de mis notas:
“En mi vida –escribí–, he visto un torero
que importe menos”. Ni había pasado nada ni –lo
que es aterrador para un artista– nadie esperaba que pasase.
Es decir: la tarde se deslizaba por el limbo gris de las medias
tintas sin que el personal se cabreara ni se sintiera defraudado
en momento alguno, ni incluso cuando Salvador se mostró
muy por debajo de las condiciones de su tercer toro. No obstante,
su actuación en éste sí le hizo daño
y los pititos y muestras de desagrado comenzaron a aflorar durante
el intento de faena al zancudo, feo y desclasado remiendo de Parlade
que hacía cuarto.
En el quinto –un gran toro de Gerardo Ortega– cambió
la decoración. Salvador cruzó el ruedo para irse
a portagayola, sorteó con bien su larga cambiada y formó
el primer lío de la tarde lanceando a pies juntos y a la
verónica. Algo tarde, el espada parecía salir de
su ostracismo anímico y volvía a recordarnos aquel
torero ilusionante e ilusionado. Después de poner banderillas
y de instrumentar una faena templada y mandona que tuvo su punto
álgido en su toreo en redondo se fue detrás del
acero para dejar una colosal estocada –destacable dentro
de una tarde de certero estoque– y pasear en legítimo
triunfo las dos orejas del bravo y noble animal.
De nuevo volvió a irse a portagayola en el sexto, pero
el astado no colaboró como el anterior y la faena no pasó
de ser una voluntariosa entrega preñada de enganchones.
Sin embargo, paisanos y seguidores se empeñaron, pañuelos
en ristre, a que la oreja que le hacía falta para cruzar
el dintel de la del Príncipe fuera concedida y al fin lo
consiguieron para ver protagonizar al torero la salida a hombros
más liviana y desangelada que recuerdo.
Conclusión: el torero salvó su compromiso; pero
la amenaza de tormenta continúa anubarrando su futuro inmediato.
Santi Ortiz
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