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CRÓNICA
DE SANTI ORTIZ
PELLIZCOS, FIRMEZA E INQUIETUD
Si tuviera que resumir con una palabra la actuación
de cada uno de los diestros de la corrida de ayer, utilizaría sin
dudar las que rezan en el título.
Pellizcos en el alma provocó el toreo desnudo, terso y sentido
de Curro Díaz en su faena al cuarto. Pellizcos de aroma en los
pases de la firma de inicio, en el regusto de su toreo en redondo con
la mano diestra y, sobre todo, en las acariciantes y profundas trincheras
de remate. Hay que decir, no obstante, que, favorecido con el lote más
potable de un encierro que exhibió un surtido muestrario de mansedumbre,
permitió que masacraran a su primero en varas. Además, pese
a ese goteo de estrellas que fueron sus pases en el cuarto, tampoco acabó
de redondear su labor.
Firme es la dura roca que soporta el embate de las olas; pero más
firme es aún la voluntad torera que aguanta inconmovible los derrotes,
coladas e incertidumbres de los toros. Ayer la firmeza fue Perera; el
valor fue Perera; el que llevó a los tendidos esa sensación
de poderío que exhalan los toreros cuando atraviesan su momento
mágico fue Perera. Pese al peligro que evidenció su lote,
dejó a los toros crudos en el caballo, y, después, se puso
en el sitio donde las reses cogen o se entregan. Su primero, que se coló
por los dos pitones, acabó vencido por el valor y férrea
determinación del diestro. El quinto, que a su amoruchada estampa
unió una embestida bronca, reservona e incierta, lo desbordó
situándose muy por encima de su artera condición. No fue
una faena limpia porque no podía serlo, pero sí valentísima
y de gran entrega dentro de una cierta frialdad. Su mayor borrón
–enganchones aparte– fue su desganada forma de entrarle a
pinchar.
La inquietud, la preocupación, la duda razonable, acompañaban
a Salvador Cortés cuando abandonaba el coso después de firmar
una muy mediocre, aunque voluntariosa actuación. Ante el crucial
compromiso de su encerrona en solitario del próximo día
12, Salvador ha dejado un parte meteorológico con predicciones
de nubes de tormenta sobre su próximo futuro. No sirvió
su lote; pero las vibraciones que transmitió el torero no fueron
nada tranquilizadoras. A la muerte de su primero se hizo el silencio más
aterrador que recuerdo en Sevilla. Era el silencio de la negación
de la existencia. Como si el toro que arrastraban las mulillas no hubiese
estado allí ni Salvador tampoco. Y en el sexto, después
de haber pegado mil pases sin que de su alma brotara el mínimo
chorro de luz, el público le instó a que terminara. Preocupante,
muy preocupante.
Mucho deberá sanear su mente y buscar en el hondón de su
espíritu las ilusiones que, al parecer, ha extraviado, para que
el reto del 12 de octubre no termine en un temido fracaso.
Santi Ortiz
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